La crisis sanitaria de la COVID-19 pone el medioambiente frente a múltiples riesgos y oportunidades. Las investigadoras de la UOC, Mar Satorras, Isabel Ruiz y Hug March, han identificado ocho retos y ocho oportunidades planteados por esta nueva situación. Los dieciséis puntos engloban diferentes ámbitos y aspectos: desde los giros presupuestarios en las políticas públicas, con el riesgo de recortes en materia ambiental, hasta el cambio de hábitos de la ciudadanía, que pueden conducir a la aparición tanto de riesgos como de ventajas nuevos para el medioambiente.
Estos son, punto por punto, los ocho riesgos que plantea la crisis del coronavirus:
- Recortes. Existe el riesgo de que los gobiernos decidan pasar la tijera al presupuesto destinado al medioambiente. La nueva priorización política —orientada al ámbito sanitario, a la atención a las personas y a la reactivación de la economía— puede derivar en una ralentización y en recortes en políticas ambientales. Esta situación pondría en riesgo tanto las nuevas declaraciones de emergencia climática y los planes climáticos como las campañas de sensibilización y educación ambiental de más largo recorrido.
- Legislación ambiental. La crisis económica derivada del confinamiento ha hecho surgir el debate sobre la flexibilización de las normas ambientales. En Estados Unidos se planteó dejar de imponer sanciones a las industrias contaminantes. En Cataluña, el Gobierno anunció en abril una ley de simplificación administrativa para agilizar trámites urbanísticos y ambientales. La medida puso en alerta a las entidades ecologistas.
- Planes de recuperación. La calidad ambiental pre-COVID-19 podría empeorar si los planes de recuperación que impulsen los distintos gobiernos en todos los ámbitos no incluyen una perspectiva «verde». Esto dinamitaría los esfuerzos por promover una transición ambiental y derivaría en un incumplimiento de los compromisos adquiridos. Por ejemplo, el hecho de plantear una reindustrialización con industrias contaminantes supondría un retroceso para el medioambiente.
- Combustibles fósiles. La COVID-19 ha sacudido con fuerza sectores como el turismo y las aerolíneas. Las consecuencias económicas y laborales de esta situación han dado lugar a propuestas para rescatar estos sectores, lo que contravendría las estrategias de descarbonización.
- Uso del coche. El miedo a contagiarnos en el transporte público puede suponer un uso más intenso del vehículo privado para desplazarnos. Este cambio en la movilidad puede derivar en un aumento de la contaminación atmosférica urbana y de las emisiones de CO2.
- Incremento de residuos. Aunque con el confinamiento la producción de residuos se ha reducido, el desconfinamiento implica la adopción de medidas de protección sanitaria con mascarillas, guantes y otros materiales desechables que pueden acabar empeorando la crisis ambiental. Las iniciativas que fomentan material reutilizable pueden invertir esta tendencia.
- Cambio de los patrones de asentamiento humano. A largo plazo, y con la amenaza de más confinamientos, los patrones de asentamiento pueden cambiar y favorecer modelos con un mayor impacto ambiental. Esto puede suponer el impulso de urbanizaciones de baja densidad, próximas a las ciudades, que aumentan la dependencia del transporte privado y que consumen más suelo y más recursos. La huella ecológica de este modelo es mucho más elevada.
- Cuestionamiento del papel de la ciencia. Existe la posibilidad de que la ciudadanía cuestione el papel de la ciencia en la toma de decisiones, por la incertidumbre y el método de ensayo y error que la caracterizan. Esto implicaría mayores reticencias a la hora de apoyar la toma de decisiones fundamentadas para afrontar la emergencia climática.
Más allá de los riesgos, el escenario pos-COVID-19 también aporta oportunidades, como estas ocho que los expertos de la UOC han identificado:
- Movilidad. La COVID-19 puede favorecer una transición acelerada hacia una movilidad urbana más sostenible (a pie, en bicicleta, cortando calles al tráfico, etc.). Esto reduciría la contaminación atmosférica, que es perjudicial para la salud de la población urbana, además de las emisiones de efecto invernadero.
- Planes de recuperación «verdes» o planes de choque «ecosociales», como estrategias a largo plazo para favorecer una salida común a las múltiples crisis actuales.
- Contaminación. En la nueva normalidad pueden consolidarse algunas experiencias aplicadas en el confinamiento, como los cambios drásticos en el uso del coche y otros transportes contaminantes como los aviones o los cruceros. Eso implicaría mantener la reducción de la contaminación y de las emisiones de gases de efecto invernadero.
- Naturalización de las ciudades. El confinamiento ha acelerado la naturalización de las ciudades, lo que se podría aprovechar para enverdecerlas a gran escala.
- Digitalización de reuniones, conferencias y eventos, o racionalización de los vuelos internacionales. En la nueva normalidad, podrían reducirse significativamente los impactos ambientales derivados de la hipermovilidad.
- Consolidación del teletrabajo. Esto puede suponer una oportunidad para promover patrones de asentamiento en zonas rurales (cambio de residencia de ciudades hacia pueblos) o para redistribuir la población y favorecer las ciudades medianas.
- Cambio de percepción de la emergencia climática. La toma de conciencia sobre la fragilidad de las sociedades actuales respecto a la pandemia también puede tener consecuencias en la percepción social de la emergencia climática. La preocupación social y la sensibilización son factores clave para propiciar cambios de comportamiento y cambios políticos.
- Refuerzo del papel de la ciencia. El papel de la ciencia a la hora de tomar decisiones en el contexto de la emergencia sanitaria puede ilustrar los beneficios de elaborar e implementar políticas apoyadas por la comunidad científica para hacer frente a las nuevas y viejas crisis.