Es difícil imaginar nuestras vidas sin dispositivos y conectividad. ¿Cómo si no íbamos a saber de qué terminal del aeropuerto sale nuestro vuelo, o si llega con retraso el amigo o familiar que vamos a buscar? ¿Dónde íbamos a mirar dónde tomar algo cerca o a pagar nuestra parte del regalo o de la cena? Por no mencionar las posibilidades que nos da la domótica de comprobar electrodomésticos, calefacción, luces, cámaras de vigilancia, etc. Pues bien, lo que nos permite hacer todo eso y nos deja tiempo para reflexionar, para leer y para escribir artículos como este, es la web 3.0.
Si hacemos un poco de historia, para entender cómo hemos llegado a depender así de Internet, la web ha ido avanzando de forma continuada desde sus orígenes. En esa primera etapa (1991-2004) se publicaban páginas simples y estáticas. Entonces servía más bien como repositorio de información. Ya en aquel momento, Opera desarrolló dos motores de navegación ultrarrápidos. El navegador más pequeño se instaló, como predeterminado, en los móviles Nokia y Ericsson y era un componente clave. También esta etapa, Opera creo la funcionalidad, “pestaña” para facilitar la navegación.
El siguiente gran salto fue bautizado como la Web 2.0 y nos llevó a todos los usuarios hacia una versión mucho más participativa. Con la proliferación de las redes sociales y los sitios para compartir fotos y videos -como Flickr y YouTube-, la red ha estado sirviendo para crear y unir comunidades de intereses afines que colaboran e interactúan por todo el planeta.
Sin haber cerrado esta segunda etapa, y aunque la mayoría de los usuarios no son plenamente conscientes, la Web está ya en la fase 3.0. Así es como los tecnólogos han bautizado a esta generación marcada por la popularidad de los dispositivos móviles conectados para Internet, la profusión de sensores, identidades digitales y carteras criptográficas: La Red del Mañana.
La Web 3.0 conecta dispositivos (móviles, coches, electrodomésticos, música, sistemas de entretenimiento en el hogar), redes descentralizadas (bases de datos distribuidas, claves criptográficas) y va incorporando mejoras por sí misma, gracias al deep learning de productos como Siri, Alexa o Cortana. Hoy en día, nos resulta totalmente natural preguntar a Siri, Google o Alexa qué tiempo va a hacer el sábado antes de reservar con el móvil en la terraza de moda para una reunión de amigos y, después, pagar nuestra parte usando una criptocartera que nos autentifica gracias al reconocimiento facial.
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La Web 3.0 e Internet de las cosas
Sin duda, la Web 3.0 nos hace la vida más fácil. Un buen ejemplo es la combinación de Web 3.0 e Internet de las cosas (IoT) que puso en marcha Tesla con su actualización de software en remoto. Más de 29 mil vehículos de este fabricante estaban afectados por un fallo en el cargador que provocaba riesgo de incendio. Los usuarios recibieron el aviso, pero no tuvieron que concertar ninguna cita en el concesionario para repararlo, simplemente se sentaron a esperar a que Tesla resolviera el problema actualizando el software de sus coches.
En definitiva, la conectividad ha ido alcanzando cada vez más y mayores cotas de valor añadido: desde las pulseras de moda que nos ayudan llevar una vida más activa y saludable (fitbit) a dispositivos que, como en el caso de Tesla evitan graves incidentes de seguridad. Está claro que el IoT implica, a la larga, ahorros de costes, pero es que, además, produce diferenciación de marca y lealtad del consumidor.
El navegador: La puerta a la criptocartera y a la Web 3.0
Junto a la combinación con IoT, la Web 3.0 ofrece también innumerables ventajas si analizamos la integración de una criptomoneda (moneda digital) en un navegador Web 3.0. Una billetera criptográfica -o criptocartera- está diseñada para contener monedas criptográficas en un espacio digital seguro y privado. Sirve, además, como inicio de sesión a todas las aplicaciones descentralizadas Web 3.0 (llamadas DApps).
Cuando se habla de criptomonedas, la mayoría de la gente piensa inmediatamente en Bitcoin, pero la verdad es que no es realmente el activo que más se emplea en las transacciones del día a día. De hecho, las monedas criptográficas incluyen, monedas específicas de determinados juegos que se usan para el intercambio de bienes virtuales (armas, “pieles”, vehículos…) Algunas plataformas, por ejemplo, recompensan a los jugadores por pasar tiempo en el juego y luego pueden usar los tokens que han ganado para realizar compras y crear así una “economía circular”. De esa manera, se puede comprar, vender o guardar como recuerdo cualquier objeto obtenido en estos juegos: La espada de la buena suerte, el brazalete que tanto costón conseguir… pueden lucirse en el perfil del usuario en cualquier otra plataforma o hasta alquilarse a jugadores que aún no han completado ese nivel.
La encriptación facilita las transacciones y los bienes quedan almacenados en una criptocartera personal y protegida. Una de las formas más sencillas y seguras de utilizarla es hacerlo a través del navegador: Opera ofrece una cartera criptográfica nativa muy fácil de utilizar y acceso a las aplicaciones DApp, que permiten la interacción entre usuarios sin un agente central que gestione o controle el servicio.
En resumen, la Web 3.0 integra los últimos avances que utilizamos todos en nuestro día a día, pero además incorpora la tecnología que estamos ya empezando a emplear ahora, como las criptomonedas y las DApps, y que van a definir nuestro futuro. Si podemos adelantarnos, y hacerlo de forma segura, ¿por qué esperar?