También es ese día que sales del despacho escopetado antes de tiempo, por aquello de no pillar atascos en la carretera. Pues los humanos tenemos la adicción a las aglomeraciones, muy a nuestro pesar y para escarnio propio. En esta tesitura, y con las prisas, malas consejeras, me encuentro al volante buscando el huawei en el bolsillo de la chaqueta. Para mi horror, compruebo que no está donde debiera. Me invade el pánico y pienso -en una montaña rusa de imágenes-, el caos que se avecina, sin WhatsApp, sin correo, sin Facebook ni Twitter, sin llamadas telefónicas y (lo peor) sin acceso a mis podcasts de Ser Historia o la Escóbula de la Brújula.
Tampoco tendré Youtube ni Spotify, adiós a mi música favorita. Para colmo, hace un tiempo de perros y se anuncia temporal. Tampoco podré saber de primera mano si en Tiempo.es se pronostica cambios y podré salir a jugar al basket aprovechando un hilo de sol; no conservo ningún teléfono del grupo. Sigo conduciendo y me debato si volver o dirigirme sin remisión a mi domicilio. La primera opción se me antoja incómoda, perder media hora en el regreso y otra hora de caravana frustrante.
Me decanto por la segunda, a pesar de la angustia que se ha empezado a apoderar de mí. Tampoco es para tanto, trato de calmarme, puedo ver documentales o leer un libro de papel. Una perspectiva que haría vomitar a un millennial o a un integrante de la generación Z, (estoy pensando precisamente en mi hija Andrea y el travieso Rober). Cuando bajo del coche, noto como si faltara algún miembro de mi cuerpo, siento que peso menos, pero el vacío es insistente. Por fin consigo olvidarme.
Paso el domingo con una normalidad inusitada y me siento, sorprendemente, liviano como cuando no usaba móvil y me encontraba con los amigotes en el bar de siempre. Mar, mi mujer la antitecnológica, está contenta de verme libre de las garras del móvil. “Lo ves, si los móviles están para controlaros, pringaos”, es una de sus frases más socorridas: “os están atontando”. Libre de mis cadenas digitales, le sigo la corriente, “pues vas a tener razón, ahora tenemos tiempo para hablar entre nosotros mientras paseamos”. Me fui a la cama convencido de haberme rehabilitado del síndrome de abstinencia.
POSTDATA
Hoy me he despertado con más ansiedad de la habitual. Una ducha rápida y he salido disparado para llegar a mi despacho de administrador de fincas. Al abrir la puerta, lo he encontrado esperándome repleto de mensajes, whatsapps, notificaciones de facebook y llamadas perdidas. Una sonrisa parecida a la felicidad ha asomado en mi rostro y me he liado a responder mensajes como un condenado. Me temo que lo mío es crónico.