En febrero de 1998, el médico Andrew Wakefield presentó una investigación preliminar, publicada en la prestigiosa revista científica The Lancet, en la que se decía que 12 niños vacunados de sarampión, paperas y rubeola habían desarrollado comportamientos autistas y dolencias intestinales. Esta falsa correlación causal provocó una ola de desconfianza internacional en las vacunas que tiene efectos mediáticos, sociales y médicos todavía hoy, veinte años más tarde. «El mundo científico también tiene el reto de enfrentarse a la verdad, a las medias verdades y a la desinformación», afirma Alexandre López Borrull, profesor de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC.
«La fake science (ciencia falsa) representa un problema en un entorno cada vez más competitivo y con más necesidad de publicar —el famoso “publicar o desaparecer” (publish or perish)— de manera más rápida y frecuente y en revistas de los primeros cuartiles, es decir, en publicaciones con un alto factor de impacto, que son las que piden los financiadores», advierte López-Borrull. De este modo, los investigadores consiguen méritos para poder competir y obtener financiación para sus investigaciones. «La fake science no es más que la consecuencia emergente de la mercantilización de la ciencia, tanto por la parte de la producción, por los científicos, como de la difusión, con las revistas y las bases de datos», afirma López-Borrull.
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Los peligros de las falsas verdades en la ciencia
Las implicaciones de la fake science traspasan la academia y se convierten en vitales en el momento en que llegan a la sociedad. «Los individuos, de manera natural, se adhieren a las teorías o informaciones que les están bien o que quieren oír, y si encima se presentan como conocimientos científicos les dedicarán una mirada todavía menos crítica», alerta Francesc Núñez, sociólogo y profesor de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC, que añade que «se tiende a creer lo que los medios dicen y más lo que afirman los que tienen cierto prestigio».
La importancia de creer que una noticia científica es fake science es muy relevante. «Juegan con el desconocimiento del usuario sobre ciertos temas relacionados con la ciencia, cuyo contenido puede estar relacionado con la salud o con cuestiones que pueden resultar sorprendentes por los resultados a los que apuntan y que llaman la atención, por lo que se pueden hacer virales», alerta Sílvia Martínez, directora del máster de Social Media: Gestión y Estrategia de la UOC. Si, por ejemplo, se cita una investigación (aunque sea falsa) y se incorporan imágenes o datos, se puede generar más credibilidad entre algunos usuarios, que pueden no entender el valor de las cifras que se presentan o la validez de los estudios que se mencionan, explica la experta.
El porqué de la fake science
«Bajo el paraguas de la fake science podemos englobar dos fenómenos: por un lado, hay determinados conocimientos que aún no están firmemente asentados en la comunidad científica, y, por otro, hay una parte de la fake science que tiene lugar dentro de la propia comunidad», explica López-Borrull. Así, informaciones científicas como el estudio que relaciona el consumo de brócoli y otros vegetales con un menor riesgo de cáncer publicado en la revista Science o bien que una copa diaria de vino reduce la mortalidad en realidad son fake science, y su publicación en revistas científicas responde a muchas causas, según el experto.
«Las conocidas como revistas depredadoras (predatory journals o predatory publishers), por ejemplo, tienen un inexistente proceso de revisión y una ínfima calidad científica, y están preparadas para confundir», alerta López-Borrull, que añade que «sería más acertado llamarlas revistas evaluadas por expertos (peer review) cuestionables que responden más a prácticas de máximo beneficio económico, marketing y mínimo rigor». Además algunos de los sistemas que se aplican en la comprobación de artículos científicos se basan en la evaluación de expertos: la revisión de los artículos la hacen expertos, lo cual constituye uno de los pilares de la credibilidad científica, pero a la vez es un punto débil porque la mayoría de las revistas no pagan a los revisores científicos por hacer este trabajo, sino que les «ofrecen» reconocimiento a cambio de las horas de dedicación y a menudo el trabajo lo hace una editorial científica. ¿A cambio de qué? «Un cierto quid pro quo, un día la haces tú, porque asumes que alguien te la hará de tu artículo, y así seguimos con el modelo del siglo xix», afirma López-Borrull.
Los tierraplanistas y la posverdad en la ciencia
«El marco mental de las fake news nos conduce a una crisis de la información más generalizada, y también a más desconfianza en las fuentes tradicionales de información», afirma López-Borrull. En esta línea, Núñez considera que el sistema de la posverdad ha generado mucha credulidad: «Las imágenes, vídeos y redes tienen un gran poder de verdad sobre todo para los más jóvenes; son unos medios en los que, por su naturaleza, los jóvenes no son críticos». Quizás por esta razón algunas pseudociencias,creencias supuestamente científicas y teorías descartadas hace siglos han vuelto, sobre todo en las redes sociales y con más fuerza entre los jóvenes, como eltierraplanismo. Este fenómeno vive un auge desde hace aproximadamente dos años y sus activistas son cada vez más numerosos. En Estados Unidos, solo el 66 % de los jóvenes cree que la Tierra es redonda y 9 de cada 10 «siempre lo habían creído, pero últimamente se muestran escépticos o tienen dudas», según un informe de 2018 de YouGov. En España, Oliver Ibáñez, un youtuber que defiende que la Tierra es plana, tiene más de 354 mil suscriptores en su canal. «Las redes sociales han tenido un papel muy importante, es donde funciona la viralidad, donde reside el mito de las audiencias potenciales y también donde el sistema de la posverdad ha encontrado la plataforma ideal para extender y difundir estas creencias», concluye Núñez.