En la actualidad, la telepsicología, definida por la Asociación Estadounidense de Psicología como ‘la prestación de servicios psicológicos utilizando tecnologías de telecomunicaciones’, resulta una realidad incontestable pendiente sin embargo de una profunda reflexión colectiva sobre cuál ha de ser su papel en nuestro bienestar psicológico.
Desde la premisa de que la tecnología es, por definición, neutra, y de que el éxito de sus aplicaciones depende en última instancia de la capa humana que le añadimos, cabe y urge determinar qué valor añadido aporta a la atención psicológica, cuáles son sus efectos negativos y cómo los podemos mitigar.
En lo tocante a las ventajas de la telepsicología, estás están ligadas indisolublemente a la tecnología de uso más corriente para acceder a la misma: el móvil. Y en el móvil concurren seis características importantes que posibilitan una buena atención psicológica.
En primer lugar, vuelve más accesibles y cercanas a las personas, y eso posibilita que un psicólogo pueda brindar una atención más individual al hacerlo a través de un dispositivo tan indispensable en nuestra comunicación corriente y percibido como propio y ‘personal’ como nuestro teléfono. Esa accesibilidad evita además desplazamientos e interacciones cara a cara que a veces resultan disuasorios o generan ansiedad en quienes no están habituados al consejo psicológico.
En segundo, el móvil permite una mayor rapidez tanto de respuesta como de consulta y una mayor continuidad en la interacción entre el facultativo y el paciente, redundando en una mayor eficacia de la intervención psicológica. Y disponer a tiro de ‘clic’ de apoyo psicológico también facilita el seguimiento posterior a la intervención.
Nuestros móviles nos brindan además una mayor capacidad expresiva, porque la alternancia de la comunicación escrita y de los mensajes de voz amplía la plasticidad con la que podemos referirnos a situaciones de enorme impacto emocional y nos permite hacerlo también de forma más literal. La escritura es además más reflexiva que la comunicación oral.
Y, por último, los móviles democratizan el acceso a la psicología, porque permiten el abaratamiento de los costes de una intervención cualificada al reducirla a una comunicación bidireccional a través de un smartphone o de algún otro dispositivo.
Pero cada una de esas ventajas tiene un reverso que puede erigirse en un riesgo. La mayor accesibilidad puede dar pie a la banalización de la intervención. La instantaneidad, al apresuramiento. La continuidad, a la pérdida del dominio del tiempo. El seguimiento, al desapego. Y la capacidad expresiva, al barroquismo.
Por eso es importante no obnubilarse con la inexorabilidad de la telepsicología, en un contexto en que la tecnología ya ha cambiado nuestras relaciones sociales o nuestra experiencia como consumidores, y ser rigurosos y resolver las distorsiones que introduce en una intervención psicológica. Porque, de lo contrario, estaremos abonando las tesis igualmente insostenibles de los negacionistas que solo conciben una psicología basada en sesiones limitadas y en relaciones telefónicas regidas por la lejanía relacional.
La banalización de la terapia a la que puede dar pie la telepsicología puede y debe resolverse con un acuerdo previo a la intervención sobre cuándo pueden utilizarse WhatsApp u otros medios. Esa norma preestablecida también puede mitigar el apresuramiento al que da pie la inmediatez de la respuesta, sobre todo si aplica a los tiempos de contestación para evitar un bucle continuo de estímulo y respuesta. La pérdida de dominio del tiempo se resuelve explicitando que el que marca los tiempos es el psicólogo, y fijando conductas como que este no tiene ni que responder inmediatamente ni esperar una contestación. El desapego puede evitarse, de nuevo, con una dirección y tasación de los tiempos estricta por parte del psicólogo, que ha de saber alternar una intervención comunicativamente intensa con momentos de uso restringido de los dispositivos que hacen posible la terapia. Y, por último, el facultativo también tiene en su mano evitar el barroquismo modulando la expresividad del paciente para evitar mensajes espurios o ineficaces.
A estas consideraciones sobre cómo conducir la relación psicólogo-paciente a través del móvil, que se reducen en última instancia a la toma de conciencia por parte del primero sobre que la telepsicología requiere nuevas normas y códigos, cabe añadir tres consejos de orden más general.
El primero, la estricta observancia de la Ley de Protección de Datos a la hora de compartir historiales, particularidades de la intervención o datos personales. El segundo, la necesidad de desarrollar competencias digitales con las que no solo dominar un nuevo medio, sino también ir incrementando la eficacia de las intervenciones. Y, por último, la perentoriedad de que los protocolos de intervención en telepsicología los regule la práctica profesional.
A este último respecto, cabe destacar el carácter pionero del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid al proponer un gran marco de intervención de la telepsicología en España, alentando a plataformas online como TherapyChat – la primera en adherirse a su Código de Buenas Prácticas en nuestro país – a comprometerse con una correcta prestación de los servicios psicológicos y a establecer canales lo suficientemente sólidos como son las videollamadas para fomentar una comunicación fluida entre psicólogos y usuarios.
A modo de resumen, la psicología no puede ser ajena al medio al que más recurrimos en la actualidad para transmitir nuestras experiencias: el móvil. Un dispositivo tan personal, tan íntimo, y que, en especial entre los jóvenes, es fundamental para transmitir su identidad personal ha de ser necesariamente un medio de intervención psicológica. Por eso, sus profesionales debemos aflorar las complejidades y riesgos de ese nuevo contexto rigiéndonos siempre por la máxima de Albert Einstein sobre que “el espíritu humano debe prevalecer sobre la tecnología”.